*Apunte diario sobre letras hipnóticas

La historia de los esclavos de la Costa Chica*

Y/o

Orgullo Afrodescendiente de Oaxaca, en sus costas.

Por Arturo Vásquez Urdiales en 30 de septiembre de 2024.

Capítulo 1: El Eco del Mar y la Sangre en la Tierra

El olor a esclavitud se cuela entre las brisas cálidas que acarician la Costa Chica de Oaxaca. El viento, cargado de sal y añoranza, arrastra consigo historias que, como sombras, jamás se disipan. Las olas rompen en la costa, susurrando los nombres de aquellos que llegaron encadenados, de los extranjeros forzados a un destino inmerecido. Entre esas historias surge una, la de Collantes, el lugar donde las cicatrices de la esclavitud siguen marcadas en la memoria de los pueblos.

Todo comenzó en 1820, cuando Manuel Collantes, un español, desembarcó en el puerto conocido como Charco del Venado. Sus ojos se posaron en la vasta Hacienda La Guadalupe, propiedad de Don Cosme del Valle. Aquí se cultivaba el alma de la tierra: algodón, tabaco, chile, caña. Pero con la llegada de Collantes no vino solo el comercio, también el sufrimiento. Entre su séquito, destacaba una figura oscura y silente, un esclavo llamado “Mane”.

Los esclavos no hablaban. Eran sombras bajo el sol abrasador, trabajando la tierra que nunca les pertenecería. Collantes prometió a Don Cosme que lo que cosechara sería suyo. Una promesa tejida en el oro del tributo, pero alimentada con la sangre y sudor de aquellos esclavos que día tras día regaban las semillas del algodón. Y así, durante años, la cosecha se mantuvo. Manuel Collantes cumplió su palabra, pero con el tiempo, el destino, siempre irónico, decidió cobrarse sus deudas.

Capítulo 2: La Herencia de un Nombre y el Grito Silente

Manuel Collantes enfermó, como si el mismo aire húmedo y pesado de la costa hubiera decidido detener su marcha. Viendo cerca el final de sus días, decidió regresar a su tierra natal, España. Pero antes de partir, hizo algo inesperado: le entregó su legado a un esclavo. A “Mane”, el hombre que durante años había trabajado bajo su mando, le heredó su apellido, sus tierras, y sus utensilios. “Mane Collantes”, lo llamaron desde entonces. Pero esa herencia no era solo un nombre, era una marca, un eco de la opresión.

Mane no siguió el camino de su antiguo amo. Donde antes había algodón, ahora sembró maíz. El maíz, símbolo de vida para los pueblos indígenas, también se convirtió en el alimento que sostenía las almas cansadas de los esclavos y trabajadores. Así, en un acto casi de rebelión silenciosa, Mane transformó el paisaje. La cosecha de algodón, vinculada a la explotación, fue sustituida por el grano dorado que prometía sustento.

Las familias comenzaron a llegar, atraídas por la posibilidad de vida en estas tierras. Vinieron de Estancia Grande, Tapextla, Santo Domingo, y Cujinicuilapa. Con ellos trajeron su esperanza, pero también su dolor. Las sombras de su pasado de esclavitud no desaparecieron, y aunque trabajaban la tierra, sabían que sus raíces estaban en otro lugar, arrancadas y olvidadas.

Capítulo 3: El Alma de los Pueblos y el Retorno a la Libertad

Con el tiempo, el nombre de Collantes se esparció como el viento que surca las montañas y valles. “Vamos a comprar maíz al barrio de Collantes”, decían, y así el pueblo tomó su nombre. Collantes no era solo un apellido, era el símbolo de una herencia manchada de esclavitud, pero también de la resistencia y la transformación.

La historia de la Costa Chica, con sus pueblos como Los Pocitos, La Boquilla y Cerro de La Esperanza, está tejida con hilos de dolor y redención. No es solo la historia de un esclavo heredando la tierra de su amo, es la leyenda de un pueblo que, aún bajo el yugo de la opresión, nunca perdió su dignidad. Los descendientes de aquellos esclavos siguen caminando estas tierras, recordando los días en que sus antepasados lucharon por algo más que una cosecha: lucharon por el derecho a existir, por la libertad.

Los ecos de esas luchas aún resuenan hoy en las voces de los descendientes afrodescendientes. En cada rincón de Collantes, en cada grano de maíz que brota de la tierra fértil, está grabada la memoria de aquellos que llegaron encadenados, pero que nunca dejaron de soñar con la libertad. El dolor del extranjero esclavo no fue en vano. De su sufrimiento surgió algo más profundo, un espíritu indomable que no pudo ser doblegado.

El olor a esclavitud ya no se percibe en la brisa. En su lugar, ahora se siente el aroma del maíz y la esperanza. Pero la historia, como el mar, nunca olvida. En las sombras de Collantes, entre las montañas y las costas de Oaxaca, todavía se escucha el susurro de aquellos que una vez fueron silenciados.

Capítulo 4: El Legado del Silencio y la Voz de los Olvidados

El sol, que brilla incansable sobre las tierras de la Costa Chica, ha visto generaciones pasar. Los nombres cambian, las familias crecen, pero las raíces profundas de su historia permanecen, como un árbol centenario que resiste las tormentas. Collantes, Cerro de La Esperanza, Los Pocitos, y La Boquilla son hoy pueblos vivos, llenos de colores, costumbres, y una herencia que, aunque amarga, ha moldeado su identidad.

Los descendientes de “Mane Collantes”, como muchos otros afrodescendientes, crecieron en esas tierras con la sabiduría transmitida por sus ancestros. Se cuentan entre susurros las historias de aquellos primeros días, las jornadas agotadoras bajo el sol, el peso de las cadenas, y el eco de las voces que pedían libertad. Pero también se cuentan historias de lucha, de amor por la tierra, y del maíz como símbolo de resistencia. Porque el maíz no solo alimenta el cuerpo, también nutre el alma.

La historia del esclavo que heredó un apellido y unas tierras refleja algo más profundo. En la Costa Chica, los nombres que dejaron los colonizadores europeos se mezclan con la cultura africana e indígena, creando una fusión única, un crisol de identidades que se entrelazan. La herencia de la esclavitud nunca se borró, pero en esos mismos lazos forzados surgió una nueva forma de libertad: la de la autodeterminación, la de reescribir su propia historia.

Y aunque “Mane Collantes” dejó de sembrar algodón para sembrar maíz, su legado, como el de tantos otros esclavos, fue mucho más allá de la agricultura. Su nombre simboliza la resistencia silenciosa, la persistencia frente a la opresión. Y en las historias que se cuentan alrededor de las fogatas, los ancianos hablan de un tiempo en que la dignidad de un hombre no dependía de su condición de esclavo o amo, sino de su conexión con la tierra y con su pueblo.

Capítulo 5: La Esperanza en el Mañana

En la oscuridad de las noches estrelladas de Oaxaca, las voces del pasado nunca mueren. Collantes y sus alrededores son testigos de una historia de dolor, pero también de renacimiento. Las generaciones actuales, herederas de esas cicatrices, han aprendido a transformar el sufrimiento en fortaleza, y la esclavitud en una memoria que impulsa hacia el futuro.

Hoy, en la Costa Chica, la comunidad afrodescendiente celebra su cultura, sus danzas, sus ritmos y su historia. Las semillas de maíz que alguna vez sembró Mane Collantes son ahora símbolo de vida, alimento, y unión. Porque en cada mazorca se encierra una historia; una leyenda que nos recuerda que la libertad, aunque tardía, siempre encuentra su camino.

Pero no es solo la historia de un esclavo convertido en hombre libre. Es la historia de un pueblo entero que nunca permitió que el dolor los definiera. Que, a pesar de las cadenas, encontraron la manera de crear, de sembrar, y de resistir. En esas tierras, bajo el sol ardiente de Oaxaca, el maíz y la esperanza siguen creciendo lado a lado.

Y así, en el corazón de Collantes, Los Pocitos, y Cerro de La Esperanza, la leyenda del esclavo que se convirtió en hombre libre sigue viva. Un hombre cuyo silencio habló más que mil palabras, y cuyo legado sigue floreciendo en cada rincón de la Costa Chica.

Urdiales Zuazubizkar fundación de letras hipnóticas ac © ®

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