Apunte diario sobre letras hipnóticas

Domingo del Señor

19 de mayo de 2024

Por Arturo Vásquez Urdiales

Hoy, por ser domingo, toca recordar un cuento que escuché hace tanto tiempo, cuando trabajé de pueblo en pueblo sirviendo en sencillas labores, pero siempre atento a los dichos de los viejitos, que son Evangelios chiquitos.

La narrativa es la forma natural de transmitir la historia viva de los pueblos y las gentes.

Ahora, lejos de todo y a unos 40 años de oírlo, vienen a la memoria las historias de la gente.

Un cuento de Oaxaca.

La Memoria de las Sombras de la Mixteca.

Un anciano de mirada perdida me contó este relato mientras removía el carbón en su pequeña casita en un pueblo perdido en la Mixteca Alta Oaxaqueña. Su voz, gastada por los años, cargaba el peso de una vida entera de recuerdos. Me dijo que esto ocurrió cuando él era niño, hace casi noventa años, en el pueblo más pobre de la Mixteca oaxaqueña. Su nombre era Pablo.

Capítulo 1: Los Días de Hambre no son los juegos del hambre.

Pablo tenía apenas de cinco a seis años cuando el hambre se instaló en su hogar como un huésped indeseado. Vivía con su madre, Gonzala, en una humilde casita de adobe y techo de palma, ahí había 6 bocas mas. La Mixteca, seca y áspera, no ofrecía más que espinas y polvo. La tierra, quebrada y estéril, no tenía nada que dar. “No había qué comer,” recordó el anciano, “apenas un puñado de maíz que la mamá cocía en un caldo aguado para engañar al estómago.” Y eso debía durar 3 días, cuatro…5…

Gonzala hacía lo imposible por mantener a sus hijos, alimentándolos, pero los tiempos eran tan difíciles que a menudo se quedaban sin comer para darle su porción a Pablo. El niño, ajeno a los sacrificios de su madre, crecía en la inocencia de la niñez, aunque con una delgadez que asustaba a las vecinas. “Eras solo huesos y ojos grandes,” decía Gonzala, recordando aquellos días con una mezcla de tristeza y resignación. Se la llevó el hambre, se la llevó el viento, se la llevó el polvo…regresó a la tierra y se hizo fantasma, un fantasma más de los abismos interminables de pobreza y olvido, en dónde los vivos y los muertos se mezclan tanto que ya no se sabe, ya no se sabe, y terminan los fantasmas siendo los vivos y los vivos siendo los fantasmas…por eso todos se van, por eso naidien queda, naiden queda…

En su momento también Pablo se fue.

Capítulo 2: El Viaje a Silacayoapam.

Un día, cuando el año se aproximaba a su fin, Gonzala tomó una decisión dolorosa. “Pablo,” dijo con voz temblorosa, “vamos a hacer un viaje.” Con la promesa de una vida mejor resonando en sus oídos, Pablo caminó de la mano de su madre hasta la lejana villa. Allí, en una plaza polvorienta, lo entregó a una anciana llamada señora María, a cambio de una arroba de frijol y unas cuantas tortillas tostadas y un litro de aguardiente.

“Gonzala me dijo que estaría bien, que tendría todo lo que necesitaba,” recordó Pablo, ahora con los ojos húmedos. “Fueron las últimas palabras que escuché de su boca antes de verla alejarse entre la multitud.” No comprendí de repente, entendí que ahora tenía una dueña, ahora ya no era libre…

Capítulo 3: La Vida con señora Maria

Señora Maria llevó a Pablo a su humilde hogar en Silacayoapam, una comunidad a dos horas de camino desde el pequeño pueblo de Pablo. La casa era pequeña pero acogedora, y aunque la pobreza seguía siendo una constante, Maria se las arreglaba para poner algo de comida en la mesa. “Había papas, frijol, y maiz,” dijo Pablo, “era más de lo que tenía con Gonzala”, y algo extraordinario, de vez en vez, había carne de chivo, ahí conocí la carne, la primera vez que la comí me hizo daño, me dió vómito, ahí conocí el vómito…

La abuela le enseñó a pastorear chivos, en la Mixteca seca, donde el sol castigaba sin piedad y el viento levantaba polvaredas que cegaban los ojos. “No había pasto, solo tierra y espinas,” recordó Pablo, “pero tenía comida y un techo sobre mi cabeza.” Recuerdo que María me daba unas piedras de sal, y yo se las daba a los chivos. Cuando se acababan las piedras, me ponía a caminar unas 3 horas hasta una especie de desierto, ahí a la mano había muchas piedras de sal, cargaba todas las que podíamos, unas cuantas las vendía María en el mercado, le daban unos centavos que se convertían en frijol y maiz, de vez en vez se vendía un chivo para la barbacoa de los domingos, ese día esa casa tenía la sensación de ser ricos, casi millonarios, era una sensación que yo no conocía, 5 o 7 pesos en efectivo, el poder del dinero tocaba las ambiciones…

Capítulo 4: Las Hijas de señora María.

La monotonía de los días en la Mixteca se rompió con la llegada de las hijas de María desde Tehuacán. Trajeron consigo el aroma de lugares lejanos y desconocidos, y regalos en forma de pan y frutas. “Fue la primera vez que probé sandía,” dijo Pablo, sonriendo al recordar el dulce sabor. “No sabía que solo se comía la parte roja, así que comí semillas y cáscara, no me desagradó su sabor, al fin todo era fruta, como la vida, un lado dulce, otro lado amargo.”

Una de las hijas, conmovida por el estado de Pablo, decidió ayudarlo. “Estás muy sucio, niño,” le dijo. Le sacó la ropa, infestada de piojos y pulgas, y lo llevó al río para un baño que parecía más una batalla contra la mugre incrustada en su piel. Ahí conoció el jabón, Pero no vaya asté a pensar en un jabón con olor a perfume, eran esos panes de jabón con los que se lava la ropa, ásperos y amarillos, les decían de cebo, casi negros. “La hija Me raspaba con piedras,” recordó, “era la primera vez que me bañaban en mi vida. La mugre la tenía tan pegada a la piel que nomás no salía, ahí vi que no era negro del todo, nomás mugroso, y que los piojos no eran parte de mi, uno como agregado, uno como sello de la miseria, las pulgas se le arriman al más jodido, eso si”.

La hija después quemó mi ropa y me dió un ropón y unos calzones de manta que en algún momento fueron costales de harina, “molino Sada Solana” decía un sello rojo y en letras azules “Huajuapam de León”. ¿Que lugares serían esos? Le pregunté a la hija, me dijo : Sada Solana es un Santo de Huajuapam, cada año tiene su fiesta, ahí le matan muchos chivos, y hacen un mole. Nadie sabe que hizo ese santo pero por eso se llama así el molino, con la harina se hace el pan.

¿Que es harina?, ¿De dónde sale? Preguntó Pablo.

¡Ay niño que bruto eres! Le dijo la hija: “Todos sabemos que la harina se hace del trigo, y el trigo nos lo da Dios para hacer panes y Hostias, las que bendice el Padrecito los domingos” , “En la misa”.

“Yo no he ido a misa” informé.

Ese domingo Pablo conoció la Iglesia, la misa, el cura, la Hostia y a Dios”.

“Dios ha de ser muy grande, pensó, por eso la puerta de la iglesia es enorme”.

“Se llama El Altísimo” le informó la hija.

“Dios es el Altísimo, pensó Pablo, y junto con la harina, el pan, el molino,voy San Solana, lo halló presente todaxsu vida”.

“Siempre recordaría que en la matanza de chivos de Huajuapam se honraba al Santo de la harina y el molino”

Tardaría años aún para comerse un pan. Conocía los panes de jabón.

Capítulo 5: El Regreso a casa.

Un domingo, Maria volvió de Silacayoapam con algunas frutas y noticias. “Esto te manda tu madre,” dijo, entregándole un mango maduro. “Dice que sacaste diploma y te dieron un premio. Con esos centavos, tu mamá te envió esto.” Pablo sintió una mezcla de orgullo y tristeza al recibir el regalo. “Fue un recordatorio de que, aunque estaba lejos, Lala seguía pensando en mí.”

Capítulo 6: El Encuentro con la Tía

Un día, mientras pastoreaba los chivos en la nada, una señora lo reconoció. “¿Eres Pablo?” preguntó. Era su tía, esposa de uno de los hermanos de su padre. “Lloró al verme,” dijo Pablo, “y me dijo que tenía padre y madre, y que no debía estar ahí como un huérfano. Te vendieron como huérfano, eso es un pecado mortal, estás en pecado y tú alma se va a ir al infierno, debes correr a tu casa y liberar a tu madre de este pecado mortal”. “Liberar a mi madre…esas palabras taladraron mis oídos, cómo una máquina de molino de muelas de piedra con las que se hace polvo el grano…liberar a mi madre…”

La tía le indicó el camino de regreso a casa. “Ves ese cerro blanco,” dijo, “detrás está tu casa. Sigue el río hasta el puente, y sube el cerro. Llévate piedras para espantar a los perros.” Con esa información, Pablo comenzó a planear su regreso.

Capítulo 7: La Huida

El día llegó. Pablo abandonó los chivos y se puso en camino. “Corrí sin mirar atrás,” dijo. “Cruzé el río, enfrenté a los perros con las piedras y caminé todo el día.” Finalmente, al caer la tarde, llegó a su casa en aquel pueblo donde los fantasmas son los vivos. Sus hermanos y su madre lo recibieron con lágrimas y abrazos.

“¿Por qué te viniste?” preguntó mamá. “Ya no quería estar lejos de ti,” respondió Pablo. Gonzala lloró y lo abrazó con fuerza. “Aquí no hay nada que comer,” dijo, “por eso te dejé con la abuelita.”

Epílogo: Las Sombras de la Memoria

Pablo entendió entonces que Gonzala lo había entregado a la abuelita no por falta de amor, sino por desesperación. “Era su manera de asegurarse de que yo tuviera algo que comer,” reflexionó. “Esos tiempos de hambre y sacrificio quedaron grabados en mi memoria, y me hicieron el hombre que soy hoy.”

El anciano terminó su relato y volvió a remover el carbón. En su mirada había una mezcla de tristeza y resignación, pero también una chispa de esperanza. “La Mixteca,” dijo, “es un lugar de sombras y recuerdos. Y aunque el hambre nunca nos dejó, el amor de una madre siempre encuentra la manera de brillar a través de la oscuridad.”

Así terminó el cuento que me contó un anciano en esa Mixteca, un relato de sacrificio, amor y supervivencia en uno de los lugares más duros de la tierra oaxaqueña.

Este relato lo he oído en diversos lugares, en diversas latitudes, en diversos países latinoamericanos, con sus variantes, pero la constante es el hambre, la miseria y los fantasmas. Así nos han dejado y traído aquellos señores dueños del gran todo. El buen Dios es uno solo, La Gran Incógnita, le llaman los indios Dakotas, el Gran Ser los Incas y Los Mayas. Pero en todos, siempre existe la esperanza de encontrarlo y de su mano huir del hambre y la miseria. Gran Dios, no te olvides de tus pequeños y desamparados hijos.

Arturo

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Urdiales Zuazubizkar fundación de letras hipnóticas A.C.©

Compartamos la buena lectura.

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