Por Arturo Vásquez Urdiales
(17/10/2024)
En lo profundo de cada uno de nosotros, Freud desveló los secretos que nunca supimos que guardábamos.
La seducción, según él, no es simplemente un arte de atraer, sino un proceso mucho más oculto, que atraviesa las capas más hondas del inconsciente.
Nos seducimos no solo por lo que vemos o lo que creemos, sino por aquello que nos recuerda los deseos más primitivos de nuestra infancia.
Y es en ese juego de sombras, donde el arte de la seducción se convierte en un acto que toca las raíces de nuestra propia historia.
Freud, el gran explorador de la mente, nos plantea en sus obras más importantes cómo el amor y la dependencia emocional son consecuencias inevitables de nuestras primeras experiencias afectivas.
En “Tres ensayos sobre teoría sexual”, Freud ya apuntaba la conexión íntima entre el deseo sexual y las relaciones afectivas. Pero no fue sino hasta su teoría del complejo de Edipo, descrita con claridad en “La interpretación de los sueños”, que comprendimos que el núcleo de nuestras pasiones adultas está, de algún modo, dirigido por las primeras figuras que amamos: nuestros padres.
Esta teoría está hoy altamente criticada, más dio inicio claramente científico con el sicoanalis y la comprensión de la mente y el comportamiento humano.
Para Freud, la seducción es la repetición simbólica de una primera atracción que quedó inconclusa, reprimida, bajo los mandatos de la sociedad y el superyó. Como él mismo afirmó: “Todos amamos con los patrones que hemos aprendido en nuestra niñez, buscamos en el otro la imagen arquetípica de quienes primero nos cuidaron.” Entonces, ¿qué es la seducción? ¿Un arte de atraer o, en realidad, un acto de revivir esos primeros lazos?
Las capas invisibles de la seducción freudiana:
Pensemos por un momento en la experiencia común de una persona que se enamora. La atracción no siempre sigue la lógica, ni el sentido común.
Nos sentimos atraídos por personas que nos provocan recuerdos sensibles, pasiones escondidas o de su carácter visible. Freud nos invita a mirar hacia el inconsciente, esa vasta y silenciosa tierra donde las motivaciones ocultas dictan nuestras acciones.
Según Freud, cuando alguien nos seduce o cuando nos sentimos seducidos, lo que en realidad sucede es que algo en esa persona despierta un eco en nosotros, una resonancia con nuestros primeros deseos reprimidos. Es aquí donde se despliega el poder invisible de la seducción.
En su obra “Introducción al psicoanálisis”, Freud revela cómo los impulsos sexuales reprimidos y las experiencias infantiles no resueltas moldean nuestras elecciones afectivas en la adultez. La seducción se convierte, entonces, en una especie de transferencia: una persona representa, sin saberlo, la imagen de las figuras parentales que cargamos dentro de nosotros. Cuando ese eco es lo suficientemente fuerte, el vínculo se hace inevitable, y nace una dependencia emocional.
*Un ejemplo interesante de esto lo encontramos en una de las pacientes de Freud, conocida como Dora.
En este caso, Freud narra cómo Dora, una joven que experimentaba síntomas histéricos, estaba atrapada en una red de deseos inconscientes hacia su padre y un hombre cercano a la familia. Lo que Freud descubrió fue que los sentimientos de Dora hacia este hombre no eran más que un reflejo de sus emociones reprimidas hacia su propio padre. Freud llamó a este fenómeno “transferencia”, un proceso por el cual proyectamos en los demás las emociones no resueltas de nuestra infancia.
*Es a través de esta transferencia que se explica el enigma de la seducción: no nos enamoramos simplemente de una persona, sino de la representación simbólica de lo que esa persona activa en nuestra mente inconsciente. Como escribió Freud en *”Sobre la dinámica de la transferencia”*, “el amor en la transferencia es el amor que estaba destinado para otro, pero que encuentra un nuevo objeto en la actualidad.”
La seducción como viaje hacia el inconsciente:
En el arte de la seducción, según Freud, la pregunta secreta que yace en lo más profundo de nuestras relaciones amorosas es siempre la misma: ¿Quién me recuerda a quién?. En cada mirada, en cada palabra dicha o susurrada, buscamos inconscientemente revivir aquellos primeros afectos que dieron forma a nuestro mundo emocional. La dependencia emocional, tan frecuente en las relaciones amorosas, es una respuesta directa a esta pregunta. El objeto de nuestro amor y seducción se convierte en un símbolo de nuestra propia historia no resuelta.
Una anécdota fascinante que Freud relata en su correspondencia con Wilhelm Fliess nos revela la naturaleza más compleja de este proceso.
En una carta fechada en 1897, Freud reflexiona sobre su propio enamoramiento.
Confiesa que, al analizar sus emociones, se dio cuenta de que había proyectado en su interés amoroso aspectos de su madre.
Este descubrimiento, aunque perturbador para él, fue una confirmación de su teoría del complejo de Edipo: “Es como si en el amor siempre buscáramos al primer objeto que nos fue prohibido.”
Esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿es el amor una elección libre, o estamos atrapados en las redes invisibles de nuestro pasado? Freud respondería que la libertad es limitada. Somos, en gran medida, esclavos de nuestros deseos reprimidos, y lo que llamamos “seducción” es, en realidad, un proceso de reconexión con esas emociones prohibidas que nunca pudieron expresarse abiertamente.
El poder efímero de la seducción.
La seducción, entonces, es un arte que nace en las profundidades del inconsciente. Cuando alguien nos atrae, lo hace no solo por su apariencia o personalidad, sino porque despierta en nosotros ecos de deseos que ni siquiera sabíamos que teníamos. Freud señaló que este poder es efímero: el acto de seducir es un chisporroteo que ilumina brevemente el inconsciente, pero que eventualmente debe enfrentarse a la realidad de las relaciones humanas.
En “El malestar en la cultura”, Freud advierte que la dependencia emocional que surge de la seducción está condenada a generar conflicto. El amor, tal como lo concibe Freud, es siempre un campo de batalla entre el deseo inconsciente y las limitaciones de la realidad. Por eso, los vínculos que nacen de la seducción pueden ser poderosos, pero también volátiles. Al fin y al cabo, el objeto de nuestro deseo nunca puede realmente satisfacer lo que estamos buscando: la resolución de nuestras historias infantiles.
Freud concluye con una sentencia implacable: “El hombre está destinado a amar aquello que no puede poseer, y en esa imposibilidad reside tanto su sufrimiento como su éxtasis.” Y quizás esa sea la pregunta secreta detrás de toda seducción: no es solo un deseo de poseer al otro, sino una búsqueda por volver a lo que, en un tiempo pasado, se nos negó.
Reflexiones finales
La seducción, desde el prisma freudiano, es mucho más que un simple juego de atracción; es un viaje al corazón mismo de nuestras emociones más profundas. En cada acto de amor, en cada susurro, en cada gesto de ternura, se despliega una historia inconsciente que busca su resolución. Pero, como bien sabía Freud, esa resolución nunca llega completamente.
La seducción, en su poder efímero, es solo un recordatorio de que siempre buscamos aquello que perdimos en los primeros días de nuestra vida.
Y así, como diría el maestro del psicoanálisis: “El amor es el intento fallido de volver a lo irrecuperable, y en esa búsqueda yace el misterio más profundo de la condición humana.”
En la actualidad, las teorías de Freud son ampliamente discutidas, nuevos autores y los sorprendentes avances de la ciencia realizan profundas críticas a sus entonces modernas y novedosas expresiones de la comprensión de las profundidades de la mente y el comportamiento de este homínido evolucionado: el ser humano, siempre tan imperfecto.
Sin embargo, el maestro del sicoanalis fue quien dió luz a la comprensión de las intrincadas tinieblas del, en muchas ocasiones, torcido comportamiento humano, y vaya el lector a saber, si sobre todas las críticas, Freud sigue teniendo razón.
Bibliografía esencial freudiana:
- Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños.
- Freud, S. (1905). Tres ensayos sobre teoría sexual.
- Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia.
- Freud, S. (1930). El malestar en la cultura.
Urdiales Zuazubizkar fundación de letras hipnóticas ac ©®
Estimados 5 lectores, siempre queridos y no en la razón Freudiana, le invito a compartir esta columna y ayudar a desarrollar un mundo mejor, llenitito de buenos y más curiosos lectores. Leer hace mejores seres humanos. Leamos por lo menos a Kalimán o al Libro Vaquero, pero leamos bonito, porque el mundo, feo ya está. Reciba mi gratitud por el favor de su atención. Muchas gracias.
Arturo