COMPRENDER, YA NO MÁS CONOCER.

1626

El más radical de los giros científicos, educativos, culturales en curso

Carlos Eduardo Maldonado

Profesor titular

Facultad de medicina

Universidad El Bosque, Colombia

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9262-8879

Lo mejor de la ciencia hoy en día ya no busca simplemente saber o conocer –una historia que puede trazarse desde el gnothi seautón, de origen apolíneo y socrático, hasta el wir müssen wissen, wir werden wissen de Hilbert-, sino, entender, comprender los fenómenos. Este cambio es de una radicalidad in igual en toda la historia de la familia humana.

Entender cumple incluso una función terapéutica. Sanamos, o nos curamos, muchas veces, cuando logramos entender las cosas.  En ocasiones, es incluso la última o la única solicitud que alguien puede hacer. Porque es, existencialmente, la más crucial de todas.

Saber, conocer –en numerosos idiomas indoeuropeos aparecen mezclados-, marca toda la historia occidental, desde el Neolítico hasta la ciencia normal, hoy. Se busca que las gentes sepan, conozcan, en fin, que aprendan, pero no con ello necesariamente que entiendan las cosas. Esta historia centrada en el saber y el conocer despliega, consiguientemente, un abanico de herramientas instrumentos, métodos y propedéuticas para sus fines. Desde la lógica como organon, hasta el manual de las siete artes liberales compuesto por Marciano Capela hacia el año 400 (y que tanta influencia habría de tener en toda la Edad Media y la escolástica); desde la preocupación por el método –a partir de Descartes- hasta las propedéuticas kantiana y sus derivaciones. Esta es la historia que, sucintamente, se condensa en el Liceo, la Academia, la Stoa y la Universitas. En otras palabras, este es todo el sesgo de la historia del logos. El logos busca saber, entender, conocer y esta es toda su finalidad y su sentido. Quizás la más reciente expresión de esta historia es el énfasis y la preocupación el aprendizaje: comunidades de aprendizaje, aprender a aprender, aprendizaje significativo y demás. Técnicas, y mucha ingeniería social; en fin, toda la preocupación por la metodología de la investigación en un plano, y por la didáctica y los métodos de aprendizaje, en otro. Y su canto de muerte final: las inteligencias múltiples, la inteligencia emocional y sus artificios, tales como la importancia de la memoria, y siempre, el adoctrinamiento.

Por el contrario, entender es el rasgo propio de la sabiduría. Conocer o aprender o saber, son aspectos específicos de la inteligencia. Occidente busca y elogia genios y eruditos, pero despreció siempre la sabiduría pues supo siempre que ese, histórica y antropológicamente, era un rasgo del paganismo.

Hoy asistimos, en lo mejor de la ciencia de punta a un llamado a comprender los fenómenos, el universo, el mundo, la naturaleza y la vida. Entre los antecedentes de esta transformación –aún en curso- se encuentran sin duda Emmy Noether, Richard Feynman, Vera Rubin, y más recientemente, las ciencias de la complejidad. (Habrá que escribir aún una historia de la ciencia centrada en este giro; una tarea pendiente).

Nadie puede afrontar los retos, problemas y desafíos, ni tampoco puede nadie concebir problemas de investigación en toda la profundidad de la expresión, y mucho menos puede nadie resolver problemas, sin antes entenderlos. En el caso particular de las ciencias de la complejidad, la columna vertebral, por así decirlo, de las mismas, es la teoría de la complejidad computacional, que se articula en los problemas indecidibles y en los problemas decidibles, y todas las derivaciones de estos últimos, como son los problemas P versus NP, y los espacios que implican y que se derivan. (Vale recordar que en biología, la columna vertebral cumple la función de reunir el sistema nervioso aferente y eferente, y articular el sistema nervioso central y el sistema nervioso periférico; la columna vertebral, en otras palabras, reúne a las neuronas, las más grandes o extensas de todas las células de un organismo vivo, y las canaliza y las distribuye. Un fantástico proxy, si cabe la expresión). En numerosas ocasiones, no es suficiente con conocer los problemas para poder resolverlos. La comprensión es la mejor de las formas de explicación de las cosas.

Es una falacia afirmar que para comprender la cosas primero hay que conocerlas. La vida –que es de lo que finalmente se trata todo-, quiere que comprendamos las cosas, pues ésta a es la mejor y más refinada forma de conocimiento. Se requiere una radical transformación de los procesos de información, educación, e investigación para que los más jóvenes logren entender la diferencia y el rasgo distintivo de la comprensión.

Importante como es, la inteligencia es, ante los más sensibles, agudos, profundos y limítrofes de todos los problemas, insuficiente; necesaria, importante, ciertamente pero perfectamente insuficiente.

La antropología es una ciencia políticamente incorrecta; y lo es, tanto más cuando el tema de base es la educación y la formación en ciencia e investigación. Buena antropología, como la de la de George Frazer, Julius Lips o, a su manera, el propio Mircea Eliade, sin olvidar jamás a Gregory Bateson, por ejemplo. Si en un plano la antropología permite entender que cada pueblo, sociedad y cultura se define a sí mismo como el centro del universo –y por consiguiente, contra la política, la religión, la economía y las propias políticas de ciencia y tecnología, no existe un centro único o más destacado que otros-, en otro plano, la antropología pone también de manifiesto que no existen formas supremas de conocimiento, y ciertamente no a priori. La antropología es un uno de esos grandes pero escasos repositorios, que quedan aún, de la sabiduría.

Comprender es asunto de sabios. ¿Vale recordar, por ejemplo, esa diferencia entre scientifiques y savants, en francés? Cuando en W. Whewell acuñó por primera vez, hacia los años 1860s la palabra “científico”, pensó en aquellos investigadores capaces de moverse entre dominios, lenguajes y territorios diversos, no en quienes trabajan al interior de una ciencia o disciplina determinada. Hoy, más que científico(a)s e investigadore(a)s –incluso mucho más que innovadores y emprendedores (sic)- necesitamos formar gente sabia. (Que además sepa, se sensibilice y se aproxime, si no es que entre, así sea furtivamente, a la antropología).  Sólo que la sabiduría no se la puede enseñar, aunque sí se la puede aprender.

La antropología es el reservorio de sabedores, chamanes, tatitas, curanderos, protectores, intermediarios, todos motivos de escándalo para la ciencia normal imperante. Con una diferencia fundamental. Mientras que en el pasado los sabedores y chamanes formaban –y forman aún-, discípulos, individualmente, hoy necesitamos de una sabiduría general, no ya simple y llanamente personalizada; esto es, individual. El sabio no sola y simplemente sabe y conoce; además y fundamentalmente entiende; y permite a los demás entender. Un trabajo arduo, denodado, desinteresado.

Entender las cosas significa lograr incorporar el hecho de que las buenas teorías son incompletas, exactamente en el sentido de Gödel; que el conocimiento siempre es provisorio, tentativo, parcial. La buena ciencia e investigación ya hoy no pontifica (y siguen existiendo universidades que se llaman a sí mismas Pontificia); por el contrario, habla en la forma: “hasta donde sabemos”, “hemos llegado a pensar que”, “hoy se sabe que x, pero y”, y otras expresiones próximas y semejantes. La buena investigación de punta ya no es más, en absoluto, concluyente y conclusiva; es cauta, prudente, sabe de límites, sabe que nueva información siempre modificará información previamente adquirida. El conocimiento es veleidoso y adusto; la sabiduría es paciente y alegre. (Acaso como la “gaya ciencia” de Nietzsche).

Comprender las cosas significa incorporar ambigüedades, ambivalencias, vacíos, opacidades, rugosidades, irregularidades y ausencia de equilibrio. Todos, rasgos que forman parte de la semántica de las ciencias de la complejidad. (Digamos, entre paréntesis, que las ciencias de la complejidad no tienen absolutamente nada que ver con la ciencia clásica o moderna). Claro, sin descontar, para nada los sentidos, los significados, las referencias, la pertenencia a y relatividad de los contextos (context-dependent statements and explanations), los relacionamientos de diversa índole (redes de mundo pequeño, redes libres de escalas, redes aleatorias, y otras).

Entender y explicar en mundo y la naturaleza exclusivamente con base en ideas, argumentos, conceptos, demostraciones y juicios es una muy maña explicación. El mundo, la vida, la sociedad y el universo demandan o requieren, además, de tropología: sinécdoques, calambur, ironía, sarcasmo, metáforas, símiles y demás. Que es lo que hace la comprensión, en contraste con el conocimiento, tradicionalmente segmentado, por lo demás, en la historia de Occidente; segmentado y jerarquizado.

Comprender permite poner de manifiesto que no existen jerarquías de conocimiento, que no hay unos conocimientos mejores que otros, más acabaos, más rigurosos, o como se lo quiera decir. La naturaleza en general no puede ser entendida con un solo idioma, lengua o lenguaje. Comprender verdaderamente significa aprender tantos lenguajes como sea posible, y traducir unos en otros, y reconocer que no hay un solo idioma en donde las cosas terminen de expresarse. En el plano de la antropología, se trata del lenguaje de las nubes y el de los ríos, el de los mares y el de jaguar, el de las aves y los insectos, las plantas y, claro, el lenguaje de los seres humanos. Y en el plano de las ciencias, se trata, para decirlo de manera precipitada de la inter, trans, y multidisciplinariedad (las diferencias, aquí, son bizantinas).

Quien es inteligente sabe mucho de alguna cosa. Quien es erudito sabe algo de muchas cosas. Pero quien es sabio aprende que las cosas jamás terminan de decirse, y que no se dicen de una forma mejor que de otra. Y entonces, claro, comprende. En otras palabras, no existe lo inefable. Lo que aparentemente es inefable resulta que no puede decirse en un lenguaje, pero si en otros. Y entonces recurre a la hibridación entre conceptos y metáforas, entre argumentos e ironía, de significados y significantes tanto como de implícitos y silencios, por ejemplo.

Hay, hoy, ante nosotros, un nuevo tipo de ciencia y educación emergente. Sin menospreciar a gente trabajadora, académicos, profesionales, científicos, investigadores, artistas y pensadores, invita a dirigir la mirada, además y principalmente, hacia la formación, el trabajo y la convivencia con gentes logran entender las cosas. Sin pesimismos, la mayoría de las personas saben cosas, pero entienden demasiado poco. Hoy, buscamos además y fundamentalmente comprender el universo, el mundo, la naturaleza, la vida. Existen buenos antecedentes en esta historia, recientemente, del lado de la ciencia en general; y muchos, en esta historia, del lado de la historia, la antropología, la literatura y la poesía.

Asistimos al más radical de los giros científicos, educativos, culturales desde el Paleolítico; una revolución mucho más radical que la agricultura o la escritura. Un motivo de optimismo.

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