El siguiente cuento surge de una conversación larga con el Dr. David Augusto Fragoso Ortiz, sobre una teoría que tiene sobre los Templarios y Kukulkán.
Le dedico este cuento en en cual plasmo su teoría, y agradezco las imágenes que me compartió tan amablemente.
En un rincón del vasto y misterioso continente americano, mucho antes de que las aguas del mar Caribe fueran surcadas por los grandes navíos de exploradores, se erguía una civilización brillante: los mayas. En el corazón de sus ciudades de piedra y templos imponentes, vivía un hombre cuyas leyendas se entrelazaban con el mito. Este hombre era Kukulkán, un sabio venerado que no solo poseía una profunda comprensión de la medicina y la filosofía, sino que también llevaba consigo un enigmático pasado.
Cuenta la leyenda que Kukulkán no siempre había sido un hombre de las tierras mayas. Su historia comenzó en un lejano continente europeo, donde era conocido como Sir Ealdred, un caballero templario de honor y sabiduría. Era un hombre que había jurado proteger el conocimiento y la verdad, viajando por el mundo en busca de sabiduría y revelaciones.
Un día, mientras navegaba hacia una de sus misiones sagradas, una feroz tormenta se desató sobre su embarcación. Las olas se alzaban como monstruos marinos, y el viento rugía como un dragón enfurecido. El navío, incapaz de resistir la furia del océano, se partió en pedazos, y Sir Ealdred fue arrojado a las aguas turbulentas. Cuando el caos de la tormenta se desvaneció, el caballero se encontró a la deriva en una pequeña balsa, su destino incierto.
Después de días en el mar, la balsa tocó tierra en una isla desconocida para él. Al desembarcar, Sir Ealdred descubrió que había llegado a las costas de América, un lugar que sus mapas europeos no mostraban. Los habitantes de la región, los mayas, lo encontraron exhausto pero con una presencia serena. Inicialmente desconfiados, pronto se dieron cuenta de que el extraño tenía conocimientos profundos y habilidades invaluables.
Kukulkán, como pronto sería conocido, se integró en la sociedad maya con un espíritu de humildad y generosidad. Los sabios de la ciudad le dieron la bienvenida y lo trataron como a uno de los suyos. Compartió con ellos sus conocimientos medicinales, aprendidos a lo largo de sus años como templario. Usando hierbas y técnicas que eran desconocidas para los mayas, curó enfermedades y alivió sufrimientos, ganándose el respeto y la gratitud de la comunidad.
Pero Kukulkán no solo trajo consigo técnicas médicas; también compartió su filosofía de vida, que giraba en torno a la búsqueda de la sabiduría, el equilibrio y la verdad. Habló de la importancia del conocimiento y del valor de vivir en armonía con la naturaleza y los demás. Sus enseñanzas resonaron con los mayas, quienes reconocieron la profundidad y la autenticidad de su sabiduría.
Con el tiempo, Kukulkán se convirtió en un maestro y consejero, venerado no solo por su habilidad para sanar, sino también por su visión filosófica. Sus palabras inspiraron a muchos, y su presencia se volvió un faro de sabiduría para la comunidad maya. Sin embargo, aunque encontró un hogar en el nuevo mundo, su corazón anhelaba regresar algún día a sus tierras natales, para cumplir con la promesa que había hecho a sus compañeros templarios: el retorno a su hogar en Europa.
Un día, mientras el sol comenzaba su descenso hacia el horizonte, Kukulkán reunió a sus discípulos y a los habitantes de la ciudad maya para un último consejo. Les habló con la voz suave y resonante que siempre había utilizado para compartir su sabiduría. “He llegado a amar esta tierra y a su gente”, dijo, “pero mi deber y mi promesa me llaman de regreso. Debo partir hacia el oeste, hacia el mar, y buscar mi hogar en las lejanas tierras de mi juventud.”
Los mayas escucharon con tristeza, pero también con comprensión. Prepararon una embarcación para él, decorada con símbolos de respeto y gratitud. Cuando el sol se ocultó en el horizonte, Kukulkán se embarcó en su viaje hacia el mar, llevando consigo las bendiciones y el cariño de aquellos a quienes había tocado con su sabiduría.
En sus últimas palabras antes de partir, Kukulkán les dejó un mensaje para el futuro: “Recuerden siempre que el verdadero conocimiento no solo se encuentra en los libros o en los objetos, sino en las conexiones que hacemos y en la manera en que vivimos nuestras vidas.”
Así, el caballero templario que había naufragado en un continente desconocido se despidió del mundo maya, dejando un legado duradero de conocimiento y amistad. La leyenda de Kukulkán, el hombre sabio de los mayas, continúa siendo una fuente de inspiración y reflexión, recordándonos que, sin importar de dónde venimos, el verdadero valor reside en compartir lo que sabemos y en vivir con integridad.