Por Fernando Oscar García Chávez.
“Tenemos la responsabilidad de proteger sus datos y, si no podemos, no merecemos servirles”.
Mark Zuckerberg, presidente de Facebook.
El entusiasmo por el poder de organización de las redes sociales (Facebook, Twitter…) llegó a su apogeo hace algunos años en Estados Unidos. Varios usuarios aparecieron sobre la capacidad de la red de reinventar el activismo social, al movilizar con facilidad a miles de personas para los fines más diversos.
En el verano de 2009, miles de jóvenes salieron a la calle a manifestarse contra el régimen de Moldavia y contra el gobierno de Irán: la llamada “revolución Twitter”. Estalló después la rebelión en Túnez: su éxito fue inexplicable, se dijo, gracias a las redes sociales (uno de cada cinco tunecinos tenía Facebook).
En Egipto, más tarde, sucedió algo similar: las manifestaciones que cimbraron al gobierno hicieron uso masivo de los nuevos instrumentos de comunicación. Muchos reflexionaron entonces sobre el papel que desempeñaron en esos movimientos las redes sociales. El consenso es que ellas daban armas tanto a los opresores como a los oprimidos, pero no en la misma proporción: ofrecían más armas a los oprimidos que a los opresores.
“Si el servicio no te cuesta nada, tú eres el producto”, con esta frase explica Financial Times, en un artículo sobre la filtración de datos de usuarios de Facebook en Estados Unidos, por qué las redes sociales han logrado convertirse en una poderosa herramienta de comunicación, capaz de utilizar esa información en beneficio propio o de terceros y de manipular.
Desde que existen Google o Facebook estamos encantados haciendo públicas nuestras vidas a cambio de tener inmediato contacto con nuestras familias, amigos y extraños… supuestamente gratis. El precio que pagamos por esa interacción es el de nuestra privacidad.
La compañía Cambridge Analytica fue creada en 2013, con una inversión de varios millones de dólares de Robert Mercer, multimillonario, conservador y donante de Trump. En ella también invirtió Steve Bannon, quien fue asesor de Donald Trump. La empresa contrató en 2014 a Aleksandr Kogan, un investigador de la universidad de Cambridge, psicólogo de origen ruso-americano que, con el argumento de hacer una investigación académica sobre el comportamiento en Estados Unidos, ideó una aplicación en la que proponía a los usuarios de Facebook inscritos en las listas electorales de Estados Unidos llenar un “test de personalidad”, a cambio de una modesta retribución (lo hizo, al parecer, con autorización de Facebook).
Más de 270 mil personas cargaron la aplicación, con lo que fue posible tener acceso no solo a sus datos personales, sino a los de sus amigos. Alrededor de 50 millones de usuarios fueron afectados. Esta base de datos, cruzada con las preferencias electorales expresadas por los usuarios de Facebook, permitió delinear perfiles psicológicos y políticos suficientemente precisos, los llamados perfiles psicográficos, para generar publicidad personalizada con el objeto de orientar el sentido de su voto.
No hay datos concretos sobre hasta dónde ha llegado Cambridge Analytica en México, pero el hecho es que la capacidad para la protección de datos personales es mucho menor en nuestro país que en naciones como Gran Bretaña o Estados Unidos (¿qué mejor ejemplo que el padrón electoral vendido por dirigentes de Movimiento Ciudadano que se podía comprar en redes, vendido por una empresa a la que por cierto este partido ha vuelto a contratar para que lo apoye en este proceso electoral?) y la dependencia que tenemos de la información en las redes sociales es cada vez más alta.
No terminamos de comprender que las redes son grandes instrumentos de comunicación, pero que la calidad de la información que se difunde en ellas es muy baja o falsa. El INE y Facebook establecieron algunos acuerdos para evitar la proliferación de fake news, noticias falsas, en el proceso electoral.
Tal parece que no estamos preparados para impedir intervenciones como la de Rusia en los comicios estadounidenses. Algunos políticos, sobre todo López Obrador, quizás porque podría ser uno de los beneficiarios de esta intervención, lo han tomado a broma, con lo del submarino ruso que le llevaría “El Oro de Moscú” o el “Andrés Manuelovich”. No estamos hablando de posibilidades teóricas, sino de intentos de intervención reales que no parece que estuviéramos en condiciones de contener.
La cantidad de información falsa en cualquier sentido que ya circula en las redes sobre las elecciones es enorme y hay de todo: desde entrevistas manipuladas hasta videos con información lisa y llanamente inventada. El caso del video de “La niña bien” es solo un ejemplo de ello.
En estas “fake news” lo que es una novedad, es la velocidad y la amplitud de su propagación, gracias a las plataformas digitales de las empresas que dominan el espacio de la información, entre ellas Facebook.
La fortuna de Mark Zuckerberg se redujo 3 mil 800 millones de dólares este lunes 19 de marzo luego que los inversionistas analizaran informes de que una empresa de publicidad política mantuvo información de millones de usuarios de Facebook sin su consentimiento.
El castigo en bolsa, por lo que ya se conoce como el Facebookleak, se ha llevado más de 50,000 millones de dólares de su capitalización bursátil en Wall Street desde que estallara la crisis pasando de 542,000 millones de dólares a 478,000.
La etiqueta #DeleteFacebook se extiende con rapidez y ganó fuerza en la red. Las acciones de Facebook ya pierden más de 15% desde sus niveles récords marcados en 195.32 dólares y al 23 de marzo el valor cerró en 159.39 dólares.
Por muchas leyes que se promulguen y multas que se impongan y por mucho que el propio Mark Zuckerberg haya declarado, aunque tarde: “Cometimos errores, hay más por hacer, y tenemos que hacerlo”, no se pueden poner puertas al campo y la utilización de los datos seguirá creciendo. Sin olvidar los posibles hackeos, Google o Facebook van adaptándose a nuevas legislaciones de protección de datos con interminables disclaimer (avisos legales) en los que vamos dando nuestro “OK” casi de forma automática sin leerlos en profundidad, concediendo así permiso para acceder y tratar datos tan particulares como nuestra localización. Sí, seguramente tú ya has cedido acceder a una app el acceso a la ubicación de tu smartphone.
Para todos nosotros sería difícil renunciar ya a las ventajas de las redes y los servicios de mensajería o navegación, por poner sólo algunos ejemplos. Por ello, lo que nos queda es exigir a los legisladores que exista transparencia y derecho de conocimiento y rectificación de los datos.
Y en el terreno personal, saber que es fantástico disfrutar de servicios gratis pero que nadie nos puede garantizar que lo que se sube a la Red no salga a la luz o sea utilizado por un tercero tarde o temprano.
Si te gustan la política y las salchichas, no averigües cómo se hacen, decía el canciller alemán Willy Brandt. Si crees que las redes sociales son gratuitas… mejor no averigües la forma en que te hacen pagar.