La flor de 20 pétalos

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Por Arturo Vásquez Urdiales

15/10/2024

Hemos encontrado la narrativa de una posible leyenda prehispánica, le hemos adaptado a la narrativa mágica postmoderna interpretativa latinoamericana, aquella que también se puede llamar surrealismo mágico, creado por Juan Rulfo y que encuentra en Gabriel García Márquez uno de sus mayores exponentes.

Es linda.

¿Cómo nace una flor mágica representativa y eterna?

La montaña se alzaba con su sombra, inmortal en la tarde, cuando Xochitl y Huitzilin, aún niños, descubrían los primeros secretos del amor bajo el brillo incandescente del sol.

Era como si cada rayo que descendía desde Tonatiuh los envolviera en un manto dorado, sellando promesas que no conocían fin, promesas que se perdían en el susurro del viento y en el latido de sus corazones jóvenes.

Cada tarde, subían hasta la cima, donde las flores se convertían en ofrenda, y el sol, eterno y poderoso, recibía su devoción con una sonrisa de luz.

En el pueblo náhuatl, donde las leyendas brotaban como las semillas en la tierra fértil, el amor de Xochitl y Huitzilin era conocido. Todos veían en ellos la pureza de un juramento silencioso que trascendía las palabras. Su amor no pertenecía a la tierra, sino a los cielos, a la eternidad que solo los dioses comprendían.

Pero la guerra, siempre traicionera, llegó como un viento oscuro y frío, llevándose consigo a Huitzilin.

La tierra tembló bajo los pasos de los guerreros, y el eco de la batalla se sintió hasta en los rincones más remotos del alma de Xochitl.

Las noticias fueron breves, secas como el polvo: Huitzilin había caído. Su cuerpo ya no era de este mundo. El cielo, que antes brillaba, ahora estaba nublado por la tristeza de una vida incompleta.

Xochitl, con el corazón roto y sin dirección, corrió a la montaña, aquella montaña que los había visto florecer juntos. Allí, alzando los brazos hacia Tonatiuh, gritó su dolor. ¿Cómo era posible vivir sin él, sin su otra mitad? No había vida que pudiera sostenerse sin ese latido compartido. El sol, siempre observador, escuchó su súplica desesperada. Extendió un rayo cálido, como un susurro divino, tocando suavemente a Xochitl. En ese toque, ella sintió cómo su cuerpo se fundía con la naturaleza. La carne dejó de ser carne, y en su lugar, surgió una flor. Sus pétalos eran dorados, tan intensos como los rayos del sol que alguna vez había ofrecido en nombre del amor.

Así nació el cempasúchil, la flor de veinte pétalos, que guarda el misterio del amor eterno en su aroma.

Y Huitzilin, convertido en colibrí, fue atraído por el color, por la esencia, por la memoria. Voló hacia la flor que un día fue su amada y se posó en su centro. Allí, entre la vida y la muerte, entre el cielo y la tierra, se unieron de nuevo, esta vez para no separarse jamás.

Dicen que, desde entonces, en cada Día de Muertos, el aroma del cempasúchil guía a los espíritus de los que ya no están. Y los colibríes, guardianes del amor eterno, revolotean entre las tumbas, recordando a los vivos que el amor nunca muere, solo cambia de forma, transformándose en flor, en viento, en susurro… en recuerdo.

Así es como Xochitl y Huitzilin viven aún, más allá del tiempo, en los altares, en las ofrendas, en los corazones de aquellos que saben que el amor no tiene final. La flor de veinte pétalos es más que un símbolo; es la puerta entre este mundo y el otro, entre lo tangible y lo eterno. En cada pétalo, resuena la historia de quienes, como ellos, amaron hasta el último respiro y más allá.

La leyenda vive en cada noviembre, en cada altar donde el cempasúchil florece, iluminando el camino de regreso de aquellos que nunca se fueron del todo.

Hermosa representación de una leyenda

Cómo todas ellas, ¿De dónde brotó?

Un toque de crítica literaria

El estilo literario de la fábula, presente en la columna que acabamos de desarrollar, se enmarca en una tradición narrativa que va más allá de la simple moraleja. La fábula es, en esencia, una historia con un mensaje profundo, frecuentemente vestida de sencillez en su estructura, pero repleta de significados ocultos. En este caso, hemos utilizado la fábula para narrar una leyenda de origen prehispánico, donde la naturaleza, el amor y la muerte se entrelazan con el tiempo, la eternidad, y lo divino.

Elementos literarios de la fábula:

  1. Personificación y transformación: Xochitl y Huitzilin no solo representan personajes humanos, sino que se elevan al nivel de arquetipos universales. Xochitl se convierte en flor, Huitzilin en colibrí, y con ello, el amor entre ellos trasciende lo material y se convierte en un símbolo de lo eterno. Este tipo de transformación es típico en las fábulas, donde los personajes, a menudo, cruzan las fronteras entre lo humano y lo no humano, revelando un nivel profundo de conexión con la naturaleza y los mitos.
  2. El contexto natural como reflejo emocional: El uso del paisaje, de la montaña, el sol y las flores, actúa como un espejo de las emociones de los personajes. La naturaleza, en este sentido, no es un simple escenario, sino un participante activo de la trama. Este es un recurso estilístico común en las fábulas, donde el entorno interactúa con los personajes de manera simbólica, representando fuerzas más grandes y abstractas como la vida, la muerte y el amor.
  3. Moral implícita: Aunque la fábula a menudo presenta una enseñanza moral directa, en este caso, el mensaje es más filosófico y menos explícito. Se sugiere que el amor verdadero, aquel que trasciende la muerte, puede manifestarse en formas que van más allá de lo que comprendemos. La flor del cempasúchil, que florece en el Día de Muertos, es la representación viva de este amor inmortal y de la interconexión entre los vivos y los muertos.

Alcances mágicos y filosóficos:

  1. Magia y mitología: La fábula de Xochitl y Huitzilin se enmarca en un realismo mágico que impregna muchas leyendas mesoamericanas. La magia no es una fuerza externa que irrumpe en la realidad, sino una parte intrínseca del mundo. En este sentido, la transformación de Xochitl en una flor y la llegada de Huitzilin como colibrí no son hechos sorprendentes ni extraordinarios en el contexto de la narrativa; son aceptados como una manifestación natural del amor y de la relación entre los mortales y los dioses.
  2. La eternidad del amor: En términos filosóficos, la fábula nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del tiempo y del amor. A través de la muerte y la transformación, el amor de los protagonistas se libera de las limitaciones terrenales y se proyecta hacia una dimensión eterna, representada en la flor de cempasúchil y su simbolismo en la tradición del Día de Muertos. La narrativa postula que el amor no es efímero ni limitado al plano físico, sino una fuerza cósmica que trasciende las barreras de la existencia.
  3. La conexión entre lo vivo y lo muerto: La fábula subraya la creencia mesoamericana de que la vida y la muerte no son opuestos irreconciliables, sino estados interconectados. La flor del cempasúchil se convierte en un puente entre los mundos, permitiendo que los muertos regresen en espíritu para estar con sus seres queridos. Este concepto filosófico resuena con la idea de que la muerte no es un final, sino una transformación, un cambio de forma en el ciclo eterno de la existencia.

En resumen, la fábula, con su estructura aparentemente sencilla, nos abre las puertas a una reflexión mágica y filosófica sobre el amor, la muerte, la naturaleza y el tiempo. Nos invita a contemplar lo intangible, a reconocer la sacralidad en lo cotidiano, y a aceptar la eternidad de ciertos lazos que ni la muerte puede cortar.

URDIALES Zuazubiskar fundación de letras hipnóticas AC ® © le invita a compartir esta columna y desarrollar un mundo mejor llenitito de buenos lectores, agradezco su atención.

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