Por: Lucero Guadalupe Zárate Trejo y Mary Karol Fuentes Medina
Estudiantes de Licenciatura en Psicología
mkuniversidad@gmail.com y lucerozaratetrejolucy@gmail.com
México.
Introducción
Hemos sido permeados por la tendencia a considerar la vejez como una etapa separada y última de la vida, esto nos ha llevado a tener percepciones y opiniones fundamentadas a partir del desconocimiento, dando como resultado que se observe el fenómeno de la senectud como algo ajeno. Así como hemos negado el envejecimiento para con nosotros mismos, la sexualidad que pervive dentro, la hemos escindido también, sugiriendo que estos placeres corresponden única y exclusivamente a los individuos jóvenes. Esto no podría estar más alejado de la realidad y a pesar de eso, generacionalmente hemos realizado un pacto tácito donde aceptamos esta premisa tan errónea.
Desconocer el binomio vejez-sexualidad, genera una actitud de rechazo y temor ante lo que podría significar para nosotros mismos. Esta idea la resume Salvarezza (1993) en la siguiente frase “Al negarse a reconocer la sexualidad de los viejos, los jóvenes y los adultos se niegan a reconocerse a sí mismos en los viejos que serán”.
Bajo este contexto, simplificar las cualidades de los adultos mayores es un escenario que propicia la construcción y prevalencia de estereotipos, y tal como lo señala Lippmann en Villanueva et al (2020) éstos se dan a partir de actitudes específicas hacia un grupo social en particular, posibilitando la concepción de una representación mental tan arraigada que pareciera es natural. Construidos en conjunto, los estereotipos marcan la pauta de cómo los adultos mayores deben experimentar su erotismo y por otro lado, cómo los que aún no pertenecemos a esta etapa de desarrollo debemos concebir su vida sexual.
Asimismo, existen diversos factores que funcionan como engranajes dentro de la sexualidad, de los cuales se pueden destacar la intimidad, el erotismo y las identidades. A su vez, se le suele analizar únicamente desde la perspectiva biológica, como si ésta fuera el único factor que constituye al ser humano, cuando de hecho existe toda una dinámica de factores entre lo social, lo psicológico y lo biológico, que propicia el entendimiento de la persona como un ser biopsicosocial.
Vivir dignamente nuestra sexualidad es una cualidad vital dentro de cualquiera de las etapas de la vida y la vejez no debería ser la excepción. Sin embargo, existe una problemática principal que perjudica directamente a este derecho. Así pues, la “sexualidad” es un término que por sí solo es polémico y “vejez” al mismo tiempo, no es un tema bien recibido y trae consigo, prejuicios también. Al fusionar estos dos conceptos en una misma oración nos encontramos quizá, con uno de los temas más controversiales, un tópico que si no se comienza a hablar, puede continuar afectando la dignidad humana, en especial la del viejo.
Desarrollo
La sexualidad ha ido evolucionando a lo largo de la historia humana, y a su vez es un aspecto que se va desarrollando dentro del individuo en sí. Esto solo se logra si la persona satisface sus necesidades básicas. (Velázquez, s.f.). Es entonces la sexualidad una dimensión que se le confiere a cada persona y dependerá de ella como le guste o no, vivirla. A pesar de que cada persona gobierne sobre su sexo, pareciera que en realidad nos ha colonizado la idea de que es una práctica estática, únicamente genital y con límite de uso, cuando en realidad cambia en cada etapa de la vida, sin perder de vista el placer y el disfrute ligados a ella (Murillo y Rapso, 2007; Martín, Rentería y Sardiñas en Villanueva et al., 2020). En otras palabras, mientras haya vida, habrá sexualidad y aunque esta premisa no está en duda, vaya que debe dialogarse.
El filósofo Maurice Merleau Ponty en Velázquez (s.f.) nos propone que “Hablar de sexualidad humana es hablar de la esencia misma del ser humano”, ya que, nos distinguimos de otras especies al vivir el sexo como una actividad que puede ser placentera, no solo instintiva y con fines reproductivos. Precisamente por ser una experiencia pregnada de afectos, no podemos limitar la edad para su exteriorización, ni afirmar que siendo algo que nos constituye desde el día de nuestro nacimiento, de repente al llegar a la vejez ya no nos pertenece y no nos constituirá nunca más. Lo expresó muy bien la doctora Mary Calderone en Salvarezza (1993) cuando en una conferencia se le preguntó sobre su propia sexualidad y respondió con una frase que hasta el día de hoy nos sigue poniendo en evidencia:“La juventud no tiene el monopolio de la sexualidad… eso es algo que irá con ustedes toda la vida”.
El Índice Global de Envejecimiento, asocia el término envejecer como una experiencia que todos vamos a vivir (Help Age International en Zárate y Caldera, 2021). Verlo con ojos de una etapa próxima en nuestra vida, puede obligarnos a reconocer el sexo como un aspecto que nos gustaría seguir experimentando aun siendo viejos. En parte, no incluir la sexualidad como algo que continúa en nuestra última etapa de la vida se debe a la imposición de un modelo joven de sexualidad, en lugar de que se considere en un sentido más amplio y flexible, donde el coito se puede incluir si así se desea, pero no es fundamental, considerando que los adultos mayores priorizan otras necesidades como por ejemplo: ser deseados, apreciados, tocados, acariciados y amados. (Pérez, 2008). Sin embargo, las narrativas culturales apuntan a todo lo contrario, negando todo anhelo que se pueda experimentar en esta etapa.
Por otro lado, entendamos que el envejecimiento tiene una evolución progresiva y no se da repentinamente como equivocadamente se cree, ya que, con el transcurso del tiempo, nuestro cuerpo se va deteriorando y una vez llegada la vejez este proceso es más notorio, sin embargo no es el origen del mismo. Por lo tanto, pensar que la vejez es sinónimo de enfermedad es erróneo y relacionar adultez mayor con falta de capacidad para tener actos sexuales también lo es. Como menciona Salvarezza (1993) no hay ningún motivo para que un viejo con un buen estado de salud no pueda experimentar deseos sexuales y ejercitar su función genital.
Sin embargo, la opinión general se excusa en que ellos como los viejos que son “ya no pueden” llevar a cabo esta práctica, ya sea, por un impedimento, una discapacidad, una enfermedad física o mental, pero la realidad es que estas condiciones también se pueden experimentar en cualquier otra etapa de la vida y eso no debería ser motivo para segregarlos de la población sexuada. Incluso si pensamos en alguna persona que viva con una condición de esta naturaleza, no podríamos afirmar que por padecer una interferencia en su actividad normal, se le hayan ido las ganas de ser acariciado. Si impusiéramos este prejuicio, no solo limitaríamos la afectividad de la persona, sino que también afectaría su desarrollo. Por lo tanto, como menciona Sarabia en Zárate y Caldera (2021) la calidad de vida en la vejez de hecho está relacionada directamente con la forma en que la persona logra satisfacer sus necesidades a lo largo de su vida, siendo una de éstas, tener intimidad.
Es importante reconocer el rechazo que se ha construido alrededor de la sexualidad en la vejez, mencionaron ya Martín et al en Villanueva et al (2020) que la sociedad ha idealizado a los adultos mayores, al punto de reducir su individualidad y solo concebirlos como los abuelos amorosos, que son tiernos y cálidos con sus nietos, pues sus días de locura y rebeldía ya quedaron en el pasado junto con su juventud, lo mismo se piensa de su sexualidad. Advertir las pasiones de los adultos mayores rompe con la idealización que se tiene de ellos y en consecuencia se les llama de manera despectiva.
De esta manera, existen varias investigaciones que demuestran que la sexualidad en la vejez está profundamente estereotipada, produciendo pensamientos como los siguientes: “La sexualidad no es importante en la vejez”. “Es indecente y de mal gusto que las personas viejas manifiesten deseos sexuales”. “Los adultos mayores no tienen capacidad fisiológica que les permita tener conductas sexuales”. “La actividad sexual es inadecuada para los viejos”. “A los ancianos no les interesa tener relaciones sexuales”. “Los ancianos que tienen interés en las relaciones sexuales son perversos, rabo verdes y puercos”. “Viejo lúbrico; vieja desvergonzada”. “La actividad sexual ya no les corresponde a los adultos mayores”. (Kuhn, 1976; Hammond, 1991; Ramos y González, 1994; Victoria, 2004; Nina Estrella, 2005 y Vázquez, 2006 en Villanueva et al., 2020).
Un estudio muy significativo realizado por integrantes de la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad de Quintana Roo, ahondó directamente en las “actitudes” que se tienen en México con respecto a los dos conceptos epicentro de esta narrativa; sexualidad y vejez. La intención es conocer la actitud que se tiene con respecto a cada uno de estos temas por independiente y más tarde, analizar la actitud que se le tiene a la conjunción de ambos. (Rojas et al., 2023).
Con la participación de 364 adultos con una media de 28,54 años, se analizaron las actitudes con respecto a 8 tópicos relacionados; actitudes hacia la sexualidad en la vejez, deseos sexuales, hombres ante la sexualidad, mitos ante la sexualidad y cambios fisiológicos, actitudes hacia la vejez, estereotipos negativos físicos y conductuales, miedo al propio envejecimiento y miedo al deterioro intelectual y al abandono. Se encontraron dos correlaciones muy importantes. De acuerdo con las estadísticas a mayor edad, mayor es el miedo al deterioro intelectual y al abandono, y más favorable es la actitud hacia la sexualidad en la vejez. De igual forma se encontró que “a mayor actitud negativa hacia la vejez, menor actitud favorable hacia la sexualidad en la vejez”. (Rojas et al., 2023).
Posteriormente se analizó la correlación; edad-actitudes hacia la vejez y hacia la sexualidad en la vejez, donde se encontró que “la actitud hacia la vejez es un factor predictor que influye negativamente en un 11,8% sobre las actitudes hacia la sexualidad en la vejez de adultos mexicanos”. (Rojas et al., 2023). Analizando las estadísticas de este estudio, pudiéramos llegar a la conclusión de que mucha de la problemática que venimos discutiendo radica en el desentendimiento de la vejez y la percepción negativa hacia la sexualidad, dando como resultado, que ambos conceptos juntos representen un tema socialmente rechazado.
Si buscamos dentro del discurso cultural, podemos identificar una institución en particular que ha contribuido a la construcción de estas actitudes negativas; la religión. El planteamiento católico ha limitado la sexualidad a una cuestión meramente reproductiva y por lo tanto, biológica, dando como resultado que desde esta premisa las prácticas sexuales se consideren inapropiadas en esta etapa de la vida. (Lipp en Villanueva et al., 2020). Si nos guiáramos por esta idea, entonces las personas no volverían a tener relaciones una vez que se reproducen, ignorando por completo la búsqueda hedonista que caracteriza al ser humano y el hecho de que somos una de las únicas especies que mantiene estas prácticas más allá de la necesidad básica de procrear. Hasta este razonamiento el estudio de la sexualidad se había vinculado predominantemente con la genitalidad, sin tomar en consideración los aspectos psicosociales (Osborne y Guasch en Villanueva et al., 2020).
Afortunadamente en el siglo XXI la sexualidad comienza a entenderse a partir de 3 elementos que se reconocen como propios de la existencia humana; el biológico que representa al individuo a lo largo de toda su vida, el psicológico que surge a través del proceso de interpretación del yo y finalmente el social (Pérez, 2008). Es importante prestar atención a todos los aspectos que nos constituyen, ya que, esto puede repercutir directamente en cómo percibimos ciertas vivencias; como el sexo, y diversas etapas de nuestro ciclo vital; como la vejez.
Asimismo, la vivencia de la sexualidad no solo se refiere a tener sexo, ni a privatizar únicamente el placer a los órganos sexuales. Esta visión, la propone Salvarezza (1993) en el siguiente enunciado “Todo lo genital es sexual, más no todo lo sexual es genital”.
Quizá esta frase no circule mucho en la cotidianidad, pero sí algunas otras más coloquiales y que en realidad, se refieren a lo mismo, como por ejemplo “no todo es coito”, “el sexo no es solo penetración” o “tuve sexo y eso significa para mí que …”. Esta misma idea la formaliza la Organización Mundial de la Salud en Iacub (2020) al expresar que la sexualidad abarca al sexo, pero también otros factores de la persona, como lo son las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad y la orientación sexual. No hay una sola manera de vivirla y se puede expresar por medio de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. En realidad, no se puede alcanzar una precisión al hablar de este término, porque cada persona la define y experimenta de manera única, es por eso que el significado es amplio e individual, en el sentido de que puede tener muchas interpretaciones dependiendo las necesidades y los deseos. Por lo tanto, la sexualidad en la vejez no puede definirse ni mucho menos, delimitarse.
Los adultos mayores pueden entonces manifestar su erotismo de distintas formas que no forzosamente están orientadas a cumplir una meta, lo que vuelve a la experiencia sexual individual una situación más cualitativa que cuantitativa, donde el peso recae sobre el significado y la calidad de las relaciones. (Starr y Weiner en Iacub et al., 2020). Por esta y todas las razones anteriores, la sexualidad en la vejez es más profunda de lo que nos atrevemos a pensar y el gozo de la misma tiene una relación directa con la connotación que el viejo le da a esta experiencia.
Conclusiones
Existen muchas ideas que deconstruir y redefinir alrededor de este tema y es importante hacerlo para que los viejos no sean discriminados de ninguna manera, ni por su edad, ni por cómo eligen vivir su sexualidad. Este tipo de actitudes aversivas hacia la sexualidad en la vejez, se originan en un principio por la repulsión hacia ambos conceptos por independiente. Por un lado, se desconoce la vejez como una etapa próxima en nuestro desarrollo y por el otro, se rechaza la sexualidad como un aspecto que forma parte de nosotros a lo largo de toda la vida.
Es importante situarnos en el lugar del viejo, pues a ninguno de nosotros nos gustaría pensar que la sexualidad que tanto disfrutamos y de la que nos sentimos dueños hoy, inevitablemente va a desaparecer con el paso de los años y no necesariamente por falta de capacidad, sino por los prejuicios de la sociedad, que indican que siendo joven hoy tengo derecho a las caricias y mañana siendo viejo, ya no. Este derecho pareciera depender en muchas ocasiones de la capacidad que tiene o no el viejo para realizar su actividad normal, por lo tanto incorporar un impedimento, una discapacidad o una enfermedad física o mental dentro del panorama del viejo, disminuye considerablemente la posibilidad de ser reconocido como una persona que merece, necesita y quizá deseé tener intimidad.
“Los individuos que soportan una disminución o desaparición de sus funciones genitales no por eso son asexuados y deberán realizar su sexualidad a pesar de sus limitaciones”. (Salvarezza, 1993). Esta idea hace referencia con mayor énfasis a la situación discriminatoria que experimentan los adultos mayores por permitirse vivir su intimidad. Recordemos que su rendimiento físico se va deteriorado con el paso de los años y en la vejez únicamente se vuelve más notorio, sin embargo esto no los vuelve incapaces de disfrutar su erotismo, al contrario, tienen todo el derecho de gozar plenamente de las relaciones sexuales, en la manera que ellos quieran, y sobre todo, que les funcione.
Es fundamental ampliar la perspectiva de este tema, pues verlo de manera reduccionista, es una tendencia que implica estereotipos, insultos y ofensas, las cuales son perjudiciales para la identidad del viejo, especialmente en cuanto a su sexualidad, ya que, la sociedad suele creer que la forma en la que los adultos mayores viven esta área de su vida es solo de una manera y ésta tiene un tinte negativo, describiendo sus relaciones como displacenteras e insuficientes.
El significado de las relaciones ha formado parte esencial de la evolución del ser humano y a pesar de que recientemente la intimidad ha tomado su lugar como un aspecto importante dentro de la persona, hasta hace unos años los estudios de la sexualidad se limitaban a la fisiología. Para esto ha sido preciso redefinir la sexualidad y reconocer que el significado que tiene el sexo, es en ocasiones más importante que el acto en sí. Esta premisa predomina sobre todo en la vida sexual del viejo.
Si buscamos la salud integral del adulto mayor es importante entonces, reconocer a la salud sexual como un elemento imprescindible. Esta última se define como un estado de bienestar físico, mental y social en relación a la sexualidad y para que pueda experimentarse de la mejor forma, es importante una perspectiva positiva y respetuosa de la sexualidad, aunado a la posibilidad de tener experiencias placenteras y seguras, libres de toda coacción, discriminación y violencia (Govern de les Illes Balears, s.f.). Se ha dado prioridad en el sector salud, a que los viejos conserven sus capacidades motrices y cognitivas pero ¿Qué hay de sus deseos sexuales? Es una pregunta importante y no tenemos porqué esperar a ser viejos, para que entonces nos comience a importar.
Referencias
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